¿Y tú qué haces aquí?

El jueves pasado algunas lectoras de la Asociación, Andrea, Susana, Liliana, Irene, Mireia, Mª Victoria, Beke, Leire, acompañadas de la pianista Graciela Jiménez, hacían una lectura poética organizada por el Área Sociocultural del Centro Penitenciario Granada – Albolote con motivo de la festividad de la Merced. Mientras esperábamos nuestro turno para entrar en la prisión ocurrió algo que me conmovió. Llegamos a la hora de las visitas y los funcionarios dieron prioridad a los familiares. Me entretuve entonces en observar a las personas que aguardaban la llamada para entrar. Se aprende mucho sobre la vida en esos momentos. De pronto, mi vista se detuvo en uno de los niños que esperaba turno. ¡Sí, era Manuel!

Manuel es un alumno del colegio Luisa de Marillac, ubicado en el barrio granadino de Almanjáyar, una zona con graves problemas de paro, analfabetismo, pobreza, marginación… Durante los dos cursos escolares anteriores, algunos miembros de la Asociación hemos ido a leer libros un día a la semana a los alumnos de primero, segundo y cuarto de primaria. Ha venido siendo una experiencia importante y gratísima para todos. A Manuel lo conocimos en primero y su sonrisa y su viva mirada atraían de inmediato la atención. Era y sigue siendo profundamente inquieto, muy sensible, proclive a la bronca con los demás compañeros, un tanto desobediente. Pero se mostraba siempre muy afectuoso e interesado por las historias y los álbumes que leíamos.

Me acerqué a Manuel, que iba acompañado de un hombre, y lo saludé.

– Hola, Manuel. ¿Te acuerdas de mí?

Manuel me miró muy extrañado, incapaz al principio de ubicarme en aquel lugar. Pero reaccionó pronto.

– Sí. El que va al cole a leernos libros.

– Así es -le dije. Me alegro mucho de verte de nuevo.

Asintió con la cabeza. Y mientras se comía rítmicamente las patatas que sacaba de la bolsa que sostenía en las manos me dijo que iba a ver a su tío. Pero lo que le interesaba era otra cosa.

– ¿Y tú que haces aquí? -me preguntó.

Qué difícil era responder a una pregunta que procedía no solo de una edad distinta, sino de una lógica distinta. En su conciencia de niño de ocho años, forjada además en el espacio social degradado donde vive, no cabía que alguien como yo, como nosotros, estuviéramos también en la cola de entrada a la prisión.

– Pues hemos venido a hacer lo mismo que hacemos en el colegio. Leer libros. Pero aquí a las personas mayores.

Me miró sorprendido y quizá desconcertado. Me imagino que pensaría si el lugar donde él iba a entrar era el mismo lugar donde nosotros íbamos a entrar.  

La cola avanzaba y llegaba su turno. Se despidió con un anuncio que le hacía feliz y a mí me alegraba aún más.

– ¡Este año ya estoy en tercero!

– Enhorabuena -le dije sonriendo torpemente.

Al cabo, nos tocó entrar e hicimos lo que habíamos ido a hacer esa tarde. Esa es, sin embargo, otra historia, que contaremos tal vez otro día.

Desde el jueves no dejo de pensar en los avatares de la lectura. A Manuel y a sus compañeros siempre les hemos leído con la secreta esperanza de señalarles caminos diferentes a los que algunos de sus vecinos y familiares han emprendido y que en algunos casos han terminado en el lugar al que íbamos a entrar. Pero la realidad ha enseñado demasiado pronto a Manuel un itinerario que no le corresponde y que esa tarde conducía a un espacio próximo al salón de actos donde las compañeras iban a leer hermosos poemas de amor y sueños, también con la secreta esperanza de ayudar a pensar y sentir sobre la vida a quienes ya estaban allí dentro. La lectura aparecía así como el vínculo que unía una vida incipiente y abierta y otras vidas maduras y ya marcadas para siempre. Ver a Manuel esa tarde en la misma fila que nosotros fue una experiencia turbadora, pero a la vez nos cargaba de razones para seguir haciendo lo que hacemos. 

Juan.

4 opiniones sobre “¿Y tú qué haces aquí?

  • La primera vez que yo traspasé los barrotes de una cárcel fue el día 20 de septiembre, cuando participé en el recital de poesía ofrecido a los internos, en Albolote. Leímos poemas de amor y de ausencia, del paso del tiempo y de la nostalgia, temas eternos en la poesía y en la vida de las personas. En el Salón de Actos, primero se sentaron los hombres y, cuando las mujeres llegaron, una compañera, desde el escenario, me hacía ver cómo parecían adolescentes al saludarse sonriendo: el encuentro representaba una ilusión para todos.
    Fue muy conmovedor para mí sentir a ese público en la penumbra, mientras nosotras recitábamos, así como el comentario que le hizo un interno a una de nosotras: “Gracias por habernos devuelto por un rato a la normalidad”. Creo que esa tarde la poesía sirvió de catarsis para algunas personas del penal.

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