Una tarde en Urgencias, y III

Empecé a colaborar con la Asociación Entrelibros hace un par de meses. En un primer momento comencé mi actividad lectora en el aula hospitalaria y en algunas habitaciones hasta terminar en el servicio de urgencias, donde participo más activamente. Como dije anteriormente, soy una de las novatas de la asociación. Los primeros días estaba algo nerviosa, pero también tenía mucha ilusión en este nuevo proyecto, en el que cada día aprendo algo nuevo, tanto de los niños como de mis compañeros.

Mi primera tarde en urgencias me sentía realmente nerviosa, pues era la primera vez que me enfrentaba sola a esto de leer a los niños en este espacio del hospital. A medida que han ido pasando las semanas he vivido experiencias muy diversas y enriquecedoras junto a mis compañeros Irene y Manolo. Contaré algunas de las que más me han marcado.

Una tarde me acerqué a dos hermanos de 8 y 12 años y les propuse que leyéramos juntos el libro El Regalo (uno de mis favoritos). Ellos aceptaron con una tímida sonrisa. Para mi sorpresa, estos niños me trataban de usted cada vez que me hablaban. El mayor, nada más comenzar a leer, acertó cual era el regalo que los señores Buenospadres le hacían a su hijo Miguelito, pero intenté mantener la incógnita hasta que lo llamaron para que fuera a consulta. En ese momento le desvelé cuál era el regalo y me dedicó una sonrisa al ver que ya lo sabía. Cuando salieron de la consulta, el mayor se acercó a la sala de urgencias y me dijo: «Señorita, muchas gracias por haberme hecho la espera tan agradable».

Otra tarde, cuando mi compañero Manolo y yo entramos con el carrito en la sala de urgencias, vimos a un niño que parecía que estaba haciendo surf con una tabla. Manolo se quedó en una sala con Julia, una encantadora niña de dos años, y yo decidí acercarme al niño surfista. Resulta que aquel niño de tres años era francés y como soy una apasionada de la lengua y la cultura francesas para mí fue algo maravilloso. Empecé traduciéndole a vista algunos cuentos, otras veces me inventaba algunas historias. Mientras le leía, Erwan se acurrucó a mí, en aquel momento me sentí como su hermana mayor. Los padres le preguntaron si quería que me fuera con ellos a Paris, el niño respondió que sí y yo les dije que no me faltaban ganas para irme con ellos. Cuando se fueron, Erwan me regaló un abrazo y los padres se alegraron de haber encontrado a alguien con quien hablar en su idioma durante unos minutos.

Pero no sólo nosotros somos los lectores, en algunas ocasiones pasamos a ser oyentes y los niños toman el control, como es el caso de Eva (6 años) que pasó toda la tarde leyéndome los cuentos que más le gustaban del carrito. Recuerdo con mucho cariño a esta niña tan dulce que no quería irse de urgencias, e incluso le dijo a su padre: «Tengo que quedarme para ayudarla a recoger».

El jueves pasado tuve la suerte de compartir algunas carcajadas con Carlos, Candela (de 8 y 6 años respectivamente) y con un niño de 5 años. Este último consiguió enamorarnos con su simpatía y su inteligencia.

Para terminar, he de confesar que el momento que más me gusta en estas tardes es la sonrisa que me dedican cuando salen de la consulta de pediatría. Es un momento mágico y especial. Nunca me habría imaginado que podía pasar momentos tan buenos en un hospital.

Cristina

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