Los miércoles, lectura

El presentimiento de que aquella tarde iba a ser especial llegó cuando la funcionaria que abría las puertas para entrar en el módulo 10 preguntó qué íbamos a leer esa tarde en el club de lectura. Cuando le respondí que un cuento de Javier Marías ella me dijo para mi sorpresa que las novelas que más le habían gustado de él eran Los enamoramientos y Corazón tan blanco y que había leído casi todas sus novelas. Quiero aclarar que el módulo 10 es uno de los módulos de mujeres del Centro Penitenciario Granada-Albolote donde todos los miércoles animamos un club de lectura con un grupo de ocho mujeres. El hecho de que esa funcionaria lectora, a la que hasta ese momento no había saludado, me recibiera con esos comentarios era un signo premonitorio. ¿De qué?

Esa tarde tenía intención de leer en voz alta el cuento No más amores, incluido en el libro Cuando fui mortal, que he leído en tantas ocasiones, pero que no imaginaba que esa tarde iba a adquirir un sentido especial. El cuento rinde homenaje a la lectura en voz alta y sé que cuando el cuento es leído de esa manera es cuando adquiere su más auténtico significado. La protagonista, Molly Morgan Muir, es una señorita de compañía que le lee todas las tardes a la señora Cromer-Blake, quien le había pronosticado que con su hermosa voz encontraría amores fácilmente. Se daba el caso de que durante las lecturas siempre aparecía el fantasma de la casa, el cual se apoyaba en el respaldo del sillón que ocupaba la señora y escuchaba atentamente los textos elegidos por Molly, pero al que nunca pudo preguntarle quién era y por qué aparecía solo cuando ella leía. Cuando la señora Cromer-Blake murió, el fantasma ocupó su lugar y durante años le estuvo leyendo Molly como hasta entonces había estado haciendo con la dueña de la casa. Molly fue envejeciendo y hubo un momento en que el fantasma dejó de acudir a su cita. Una tarde se encontró una señal en la página del libro de Dickens que estaba leyendo Molly que decía: «Y ella envejeció y se llenó de arrugas, y su voz cascada ya no le resultaba grata.» La ya anciana Molly se indignó y le reprochó la injusticia que cometía puesto que él no envejecía y quería siempre voces frescas y juveniles. En su reproche le pedía que si era agradecido volviese a escuchar sus lecturas y «que tengas paciencia con mi voz que ya no es hermosa y ya no te agrada, porque no va a traerme más amores. Yo me esforzaré y seguiré leyendo lo mejor posible. Pero ven, porque ahora que yo soy vieja soy yo quien necesita de tu distracción y presencia.» El joven atendió las razones de Molly y todos los miércoles ella esperaba con ilusión e impaciencia su llegada para así seguir leyéndole hasta su muerte.

Nunca, como he dicho antes, había tenido tanto sentido la lectura del cuento de Javier Marías. Nunca lo había leído ante mujeres que esperaban ansiosamente la llegada de cada miércoles (¡qué conmovedora coincidencia!) en los que la lectura les permite soñar, reír, llorar, hablar de sí mismas, compartir sueños e ilusiones… Tras la lectura del cuento, algunas de las mujeres tenían lágrimas en los ojos y el silencio era profundamente significativo. Para ellas, los miércoles, y durante dos horas, dijeron, supone disfrutar de un estado de libertad que sus cuerpos no poseen, gracias en parte a que nuestra voz como lectores les lleva, si no “más amores”, sí la sensación de una vida normal, abierta al mundo. La espera del miércoles que esas lectoras hacen cada semana es lo que las mantiene vivas «con pasado y presente y también futuro, o quizá son nostalgias.»

Andrea

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